Nunca
he sido un gran jugador. Cuantiosas veces no he salido victorioso. Ya
me advertían las máquinas tragaperras lo que la vida me iba a reafirmar
después: la suerte no está de mi parte. Yo, así de ignorante, seguía
jugando a esos juegos en los que no hacía más que perder. El dinero que
se iba y no volvía. La esperanza de recobrar todo el dinero perdido. Mi
día a día se resume así. Apostando en cosas de las cuales no voy a
recobrar todo lo apostado. Pero sigo apostando. Pobre jugador.
Si
algo he aprendido es que hay que vivir solo esta vida. La gente va y
viene. Cuantas más ilusiones se hace uno, más decepción se lleva.
Porque, al fin y al cabo, de una manera o de otra, todos recibimos
palos. Todos somos vulnerables a esta vida.
Pero
no creas que la felicidad es un sueño inalcanzable. La felicidad es
algo reservado para aquellos que hayan admitido que son vulnerables, que
tarde o temprano van a sufrir, pero entre sufrimiento y sufrimiento,
encuentran alegrías que las convierten en personas felices.
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